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José María Arguedas y Blanca Varela hacia 1947 en el muelle de
Supe Puerto con la locomotora que el escritor bautizó como "La Caballerosita" |
Durante mucho tiempo estuve tras esa imagen desaparecida: la casa donde viviera José María Arguedas en Puerto Supe con su esposa Celia Bustamante y su cuñada Alicia, y recién ahora después de tantos años (más de 50), de escucharla de oídas, he vuelto a entrar, para encontrarme con lo que quedaba del pasado.
Yo prácticamente nací en Puerto Supe. Ahí trabajaba mi padre en la pesca, él había llegado en 1946; yo nací en 1954 en un hospital de Lima y me trajeron de vuelta a la casa de la curva, por el pantano. Arguedas había llegado hacia 1944, cuando salió de la cárcel, se había casado y buscaba un lugar pacífico donde calmarse los nervios. Se compraron una humilde casa donde levantaron una huerta y un lugar de descanso y recreo, donde llegaban muchos de sus amigos, entre ellos Blanca Varela, que escribió su famoso libro de poemas cuyo título es el nombre del puerto, pero que a Octavio Paz no le gustó.
Mis hermanos mayores dicen que en esa casa las señoras te regalaban caramelos cuando pasabas de visita y eras niño, eran unas señoras bondadosas de voz algo ronca. Yo me acuerdo del cine, que estaba a dos puertas de su casa, y era la maravilla, con películas rancheras y de romanos.
Todavía conservo amigos ahí. Pasé los primeros diez años de mi vida en ese pequeño puerto.
Por eso, cuando en el 2004 tuve la oportunidad de apoyar a los que estaban tras el proyecto Caral y su inmenso descubrimiento, volví para redactar un informe sobre el área cultural, y para eso me ayudaron las lecturas que hice y recopilé durante muchos años de estudiante y lector, por interés personal. Imprimí una edición pirata de los dos capítulos que habían quedado del proyecto de novela que José María hizo sobre el Puerto, resumiendo sus más de 20 años de veraneante tenaz, demostrando que los indigenistas también van a la playa.
Volví entonces a ver esa casa, esta vez transformada en el bar Bahía, y ocupada por el destino que le tocó después de la muerte del escritor, la de Celia y la de Alicia, que se fueron en los 60s, de manera trágica y acelerada los tres.
Para redactar mi informe ese 2004, para Ruth Shady y su equipo, le dediqué un capítulo entero al asunto de la casa. Con mi amigo de la infancia César Cubas, quien regresó convertido en pastor evangélico después de peregrinar por el mundo, convocamos a una reunión en el centenario local de la Sociedad de Auxilios Mutuos, donde acudieron los que para entonces todavía se acordaban de Arguedas y lo habían conocido, así como a las hermanas Bustamante.
En Lima hablé con Fernando de Syzslo y con Blanca Varela, quien me proporcionó fotos de su álbum, pues le dije que se verían muy bonitas colgadas de las paredes de la vieja casa y que buscábamos recuperarla y convertirla en un centro cultural. Para entonces no se sabía nada de los antiguos propietarios de ni de la familia que los sobrevivió. Se rumoreaba que un sobrino andaba por Venezuela.
Así escribí dos textos ( una primera versión apareció en
Anthropologica, y una segunda versión ampliada en el tomo I del libro que sacó Carmen María Pinilla por el centenario del escritor andahuaylino, "La dinámica de los encuentros culturales". Otro texto, entre poético y testimonial, apareció en la revista
Lienzo que dirige Jorge Eslava) y seguí lentamente con el tema.
Hasta ayer mismo, que fui a ver la casa, ya que me avisaron desde Puerto Supe que la familia Bustamante había logrado recuperar la casa de sus tías, después de una larga batalla judicial, y de que recientemente declararan a esta patrimonio nacional.
La casa del jirón Lima 420 estaba habitada por los fantasmas del pasado. Queda un largo trabajo para restaurarla y convertirla en un símbolo de todo lo que ahí se vivió. Era una casa huerta, con árboles frutales y hamaca, modesta casa de puerto, popular y acogedora, humilde y sencilla.
Fue emocionante entrar a esa cápsula del tiempo, donde tantas cosas han quedado flotando en el aire.
Antigua botella de cuatro licores
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Viejas cerraduras |
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Vieja cocina de tiempos idos |
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Jabonera hecha de concha incrustada en el cemento |
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Viejo martillo en la casa de la calle Lima |
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Perro encerrado en la casa |
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Piqueros junto al muelle |
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Gato encerrado |
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Mi amigo César Cubas en su casa parrillera |
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Muñequita de porcelana |
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El muelle gastado |
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Gallinazo sobre el tiempo |
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Gallinazo sobre gallo veleta de reloj alemán |
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Quijada basurera |
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Hugo Canales con viejo estante |
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La vieja casa de la calle Lima. Atrás, la casa en el cerro cuyo terreno compró y vendio Syszlo
y después adquirió Banchero y terminó en la Marina de Guerra |
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La estructura está debilitada |
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