Con texto de Maria Wertheman hicimos esta canción, sobre algo que hablamos alguna vez, el haber visto bandadas de loros en los parques de Lima. Se dice que vinieron capturados de la Amazonia, que se fugaron del cautiverio y se volvieron a reunir en los árboles de la ciudad para formar nuevas bandas.
Una bandada de loros
Delirantes de libertad
volando de parque en parque
por la indiferente ciudad
con sus gritos despertaron
mis ímpetus de volar
Ven lorito
te daré un choclito
plátano un maíz
agua fresca te daré en platito
ven que te enseñaré
cómo decir mi nombre
y acariciar despacito
tu plumaje fugitivo
ave de mi jardín.
Y cuando quieras volver,
volverás
revoltoso a volar
Aparece (con algunas variantes -p.e. "jardín" en lugar de "paraíso"-, ya que significan lo mismo) en "Poemas" de Arimah Werther, Lima, 2016.
Parece que su mamá no le tenía mucha fe. Tapaba los huecos del gallinero con los cuadros de Vincent, que andaban botados por ahí, antes de que se volvieran lo que son. Fragmento.
Cerca de Masaya, en Nicaragua, la lava brota como el sol, como río, como hervor.
En Historia General de las Indias, Lopez de Gomara:
"El volcán de Nicaragua, que llaman Masaya
Tres leguas de Granada y diez de León está un serrejón raso y redondo, que llaman Masaya, que echa fuego y es muy de notar, si hay en el mundo. Tiene la boca media legua en redondo, por la cual bajan doscientas y cincuenta brazas, y ni dentro ni fuera hay árboles ni yerba. Crían, empero, allí pájaros y otras aves sin estorbo del fuego, que no es poco. Hay otro boquerón como brocal de pozo, ancho cuanto un tiro de arco, del cual hasta el fuego y brasa suele haber ciento y cincuenta estados más o menos, según hierve. Muchas veces se levanta aquella masa de fuego y lanza fuera tanto resplandor, que se divisa veinte leguas y aun treinta. Anda de una parte a otra, y da tan grandes bramidos de cuando en cuando, que pone miedo; mas nunca rebosa ascuas ni ceniza, sino es algún humo y llamas, que causa la claridad susodicha, cosa que no hacen otros volcanes; por lo cual, y porque jamás falta el licor ni cesa de bullir, piensan muchos ser de oro derretido. Y así, entraron dentro el primer hueco fray Blas de Iñesta, dominico, y otros dos españoles, guindados en sendos cestos. Metieron un servidor de tiro con una larga cadena de hierro para coger de aquella brasa y saber qué metal fuese. Corrió la soga y cadena ciento y cuarenta brazas, y como llegó al fuego, se derritió el caldero con algunos eslabones de la cadena en tan breve, que se maravillaron; y así, no supieron lo que era. Durmieron aquella noche allá sin necesidad de lumbre ni candela. Salieron en sus cestos con harto temor y trabajo, espantados de tal hondura y extrañeza de volcán. Año de 1551 se dio licencia al licenciado y deán Juan Álvarez para abrir este volcán de Masaya y sacar el metal."