martes, 7 de julio de 2015

ENTREVISTA CON MAO 1990

EL MONO ACOSTA OJEDA

6 DE MAyO 1990
Escribe Juan Luis Dammert
Diario Página Libre, C12

MANUEL ACOSTA OJEDA es “El mono”, es “M.A.O., es “El sabido” de la novela de Ribeyro, el “Manuel se acuesta y jode” de tantas historias que uno escucha por ahí acerca de las aventuras de uno de los más importantes compositores de la música criolla en lo que va del siglo, y además presidente de SAYCOPE, escritor de libros, de presentaciones en tapas de discos, redactor de crónicas de su experiencia personal y colectiva.
Siempre me ha llamado la atención que una persona como Manuel Acosta, tan jovial y avispada, tan contadora de historias, sea la misma persona capaz de haber producido aquellos valses tan solemnes y serios como “Madre” o “En un atardecer”; que el bebedor inagotable, el que le pone chapas a todo el mundo, haya compuesto “Cariño” o aquel vals soneto, endecasílabos bien puestos, que empieza con los versos “Un latido es un paso hacia la fosa”.
Me hubiera imaginado más bien un poeta romántico, que tuviese como cama un ataúd, o que llevara un cráneo en el bolsillo del saco. Pero no. El hacedor de alejandrinos y rimas rebuscadas, a quien conozco desde hace muchos años, es un habitante de la cultura popular, que tiene su casa en Chosica, se moviliza en micro, vive de su trabajo, posee una cultura enciclopédica y cultiva el fervor báquico con la más genuina preocupación por la justicia social.
Por eso, fuimos a buscarlo para conversar con él, y le seguimos el rastro al guitarrista –Daniel Campos- que debía verlo esa noche en la plaza Dos de Mayo.
Y ahí estaba, la voz de Manuel Acosta cayendo sobre las banderas de los sindicatos en conflicto, emitida bajo las letras del frontis de la CGTP. Era 28 de abril, permutado por un futuro Primero de Mayo, y la concurrencia al mitin era bastante rala, por decir lo menos. Manuel entonaba ese vals con texto de “Bola” Aguirre dedicado a De la Puente Uceda y Guillermo Lobatón, cadencioso y sentido. En el vacío dejado por los garrotes de la guardia obrera, al centro del mitin, una loca bailaba descalza el vals. Era Lima, 1990.

BAJÓ DEL ESTRADO con habilidad de albañil, descolgándose por los parantes. No había escalera. A sus sesenta años, Manuel Acosta tiene quizás una virtud en su actitud política: ha estado siempre con los trabajadores. (Hablar de los partidos es ya una historia más complicada). Me dice, mientras saluda a Ricardo Letts que pasa rumbo arriba de la CGTP, y una botella de ron circula de mano en mano en la penumbra de la vereda: “la vez pasada me metí cuatro de estas y fui al local de Gráficos. Estaba Letts y yo me acerqué a decirle qué bien que no estás con los electoreros, pero no me había dado cuenta de que estaba haciendo campaña con sus afiches y número”. ¿Tendrá rubor Manuel Acosta Ojeda? Lo dice con sincera pena.
Mirando la plaza Dos de Mayo sin luz, me dice: “Cómo están los tiempos. Nunca ha sido así. Yo me acuerdo del 66, llenábamos el coliseo con la central sindical que se estaba reorganizando”. Yo esa época tenía doce años, pero mi hermano me contó una vez que lo había visto cantar ahí.
Esas habían sido las épocas del larga duración “Canción Protesta”, grabado con el Jilguero del Huascarán, el mismo MAO y otros intérpretes y autores, que se vendió como el pan. Coco Ramírez cantaba “La obrerita”, “El canillita” en ese disco.
Pero ahora estábamos entre los ambulantes de Colmena, doblando por Wilson, entrando a Moquegua, “a esa cantinita veníamos con Pablo Casas” y recalamos en un canchón unos metros más allá, siempre con el guitarrista ahí, frente a una mesa con otra de ron y el estrépito de una rocola o caset. Qué será.
Es sabido Manuel Acosta. Acá no puedo sacar la grabadora. Me dice:”hay que escribir con la memoria”. Ya pues, tienes razón; dime Manuel: ¿cómo es tu historia esa de Carlos Barral –que en paz descanse-, el famoso editor, que te ofreció publicar tus historias?

“YO ERA CHINO” se remonta Manuel Acosta a los tiempos de Mao, “pero como no había otro, me llevaban los moscos” y así terminó yendo a Europa, rumbo al festival de la RDA, si no me equivoco, a un encuentro de músicos, donde el fantasma de Stockhausen y la sombra de Schonberg presidían los debates, pero él se lanzó un rollo de todo eso, “que también lo sé”, y además de la lucha de los pueblos del tercer mundo y todos lo aplaudieron a rabiar. Eran los sesentas.
Esa historia, contada por él, (además de otras, como el cuento del cazador de osos y otras piezas de la picaresca oral peruana) la estaba contando Manuel Acosta Ojeda en una casa en París, después de su periplo por la Cortina de Hierro, en una reunión donde estaban Alfredo Bryce, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, el editor Carlos Barral. A este último todos le hacían corte y lo trataban con deferencia. Así que Manuel hablaba con su pata de Miraflores, Julio Ramón, y poco a poco la atención empezó a congregarse en él. No sabían si era verdad o mentira lo que contaba, pero les daba risa y sorpresa.
A la salida, Barral se le acercó a Manuel Acosta. El peruano no tenía idea de quién era el tal Barral, por entonces dueño de una de las más prestigiadas editoriales en lengua española. Y Barral le dice: ¿por qué no publicas esas cosas? ¿Quién me las va a publicar?, contesta el Mono, y Barral completa: “yo te las publico”.
-¿Qué? ¿Acaso tienes mimeógrafo?, pregunta Acosta Ojeda.

“QUÉ RARO ME PREGUNTES  por eso”, dice MAO, “hace poco también el poeta Manuel Moreno Jimeno  me lo preguntó en el micro a Chosica”. Ya no hay nadie en la cantina, solo el mozo, que conoce al compositor de otras noches, y una morena que vende tamales. Nos comemos dos. El mozo dice que es aprista pero votó por Fujimori. Acosta le contesta que su papá también fue aprista y tuvo cárcel, pero él ya no lo es.

Siendo la hora avanzada, apagan la rocola, y el guitarrista Escopeta de Bandido saca su viola para modular unos valses de Manuel que no están grabados en ninguna parte, solo los he escuchado en boca de unos cuantos cantores. Como decíamos al principio, Acosta Ojeda por “sabido” hubiera podido hacer muchísimos valses pícaros y música con jerga y replana, pero no los hizo. Se dedicó a cultivar el sentimiento y la buena forma poética, a la par que una producción dedicada al repertorio de los trabajadores del Perú con una seriedad y una contundencia pasmosas. Y es que Acosta es “sabido”, pero no es un “vivo”, lo cual es ya una diferencia entre todas las gamas de las habilidades criollas. Tarde la noche, pero no tan tarde porque debe tomar el último micro hacia Chosica, nos bajamos unas porciones de choncholí con el guitarrista y el Mono. “Escopeta de Bandido” se despide: chau tío. MAO contesta chau sobrino. Es imposible hacerle una entrevista seria a Manuel Acosta Ojeda. Es como un pez: resbala. Ahí lo tienen, yéndose a Chosica mientras uno bucea en la memoria por una conversación de seis horas pero solo escribe el cuarto de hora trascendental. Chau tío.